miércoles, 29 de diciembre de 2010


sube al nacer conmigo hermano

dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado

no volverás desde el fondo de las rocas

no volverás del tiempo subterráneo

no volverá tu voz endurecida

no volveán tus ojos taladrados

dadme el silencio

el agua

la esperanza

dadme la lucha

el hierro

los volcanes

apegadme los cuerpos

como imanes

acudir a mis venas y a mi boca

hablad por mis palábras y mi sangre

martes, 28 de diciembre de 2010


Pesimismo en toda la línea. Así es y plenamente. Desconfianza en la suerte de la literatura, desconfianza en la suerte de la libertad, desconfianza en la suerte de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza, desconfianza, desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, entre los pueblos, entre éste y aquél.

W.B.

La acusación de que los que corren son tiempos turbios, convulsionados, a punto de entrar en crisis, es falsa: se trata de tiempos del silencio, de la serenidad, de la calma. La profecía de un sistema total del que ya no habría escapatoria alguna es una verdad consumada hace mucho tiempo. Desde entonces, pese a severas y bienintencionadas voces, no acontece otra cosa que el silencio, la apaciguada marcha de una vida que ya no consigue vivir, la experiencia de la incomprensibilidad de lo incomprensible.

Es en la política que rige los destinos de la vida nacional donde esto puede verse de modo más palmario. Las batallas que desde allí se dieron estás concluidas; los enemigos, vencidos; las “deudas”, saldadas. Sólo pueden ser avistados algunos relámpagos de una tormenta que parecería haberse ido para nunca más volver. Pero tras la tormenta la salida del alba no amenaza. Trágicamente, lo que para algunos se presentaba como una fuerza emancipatoria de la humanidad, tras batallar batallas, vencer enemigos y saldar “deudas”, se ha metamorfoseado con lo que su oponente representaba.

Para los que quedamos e intentamos resistir, el panorama no es alentador: la fragmentariedad hija de la derrota está a la orden del día. Se suma a eso el hecho de que la estrategia política de un partido de masas que persigue la expropiación de los expropiadores se encuentra seriamente comprometida: los mecanismos y operaciones ideológicas han puesto en una eterna crisis al Sujeto-Objeto de la Historia del cual dicha estrategia era consecuencia. La reificación de lo que se creía indómito e irreificable se ha tornado en una insoslayable realidad.

Pese a ello las verdaderas fuerzas emancipatorias de la humanidad aún cuentan con algo: el pesimismo, la desconfianza. La circunstancia de que ya no haya salida alguna es algo que urge ganar para la causa. Como si de un paso al vacío se tratara, debemos mostrarnos convencidos de que las cosas pueden ser distintas, de otra manera. Es imprescindible que nos mostremos de ese modo aún sabiendo que no hay posibilidad de cambio alguno, aún sabiendo que este sistema sin fisuras en el que vivimos no está en condiciones ya de ser puesto en crisis. Y para ello sólo podemos hacer una cosa: organizar las fuerzas del pesimismo, organizar las fuerzas de la desconfianza.